Los tobas también tienen derechos

21 de junio de 2008

“Yo no sé lo que dice la constitución sobre los Derechos Humanos. Desde el punto de vista de la palabra de Dios, para mí es atender las necesidades de aquella gente que está a mí alrededor y que realmente necesita ayuda. Todo el mundo tiene derecho a vivir bien, todo el mundo tiene derecho a recibir instrucción y también a tener trabajo.”

Alba Montes de Oca, que nació en Rosario y a los 34 años se fue a vivir a una comunidad toba, cuenta: “Trato de llenar las necesidades de las personas cuando puedo, y cuando no puedo busco ayuda donde me sea necesario”.
Lo expresa convencida y de una forma sencilla, pero durante los 12 años que vivió en General San Martín, Chaco, no le resultó fácil buscar ayuda para hacer valer los derechos de los tobas.
En 1964, cuando llegó a la comunidad aborigen como misionera de la Iglesia Bautista, los tobas no estaban inscriptos en el Registro Civil. “Era como si no existieran”, enfatiza la obstetra.

Al no tener partida de nacimiento, los niños no podían asistir a la escuela. Montes de Oca estaba decidida a que ellos tuvieran sus documentos, por lo tanto se dirigió al Registro Civil y le llevó su pedido al pedido al director. “Me hubiera querido echar, pero no pudo porque ya me había escuchado”, bromea.
Efectivamente no la echó, pero las respuestas no eran mucho más alentadoras. Le prometían una y otra vez que iban a enviar a alguien que inscribiera a los tobas, pero nunca cumplían. Cansados de esperar, los hombres de la comunidad le decían a Montes de Oca: “¿Viste señorita? Ellos no nos quieren…”

Aún así, la misionera se presentaba todas las semanas en el Registro Civil. Finalmente, ante tanta insistencia, el director dictó una resolución por la cual le daba autoridad para inscribir, enrolar y casar, y le dio todos los elementos necesarios para hacerlo.

Mientras los inscribía, Montes de Oca comenzó a enseñar a los hombres en su casa a leer y a escribir. Cuando todos tuvieron sus documentos, gestionó ante el Gobierno que pusieran un centro de alfabetización en su casa, y así fue. Un tiempo después, las iglesias de barro y paja que habían construído los tobas desde la llegada de la misionera, se convirtieron en las primeras escuelas de la zona. “Los blancos discriminaban mucho a los tobas, pero cuando tenían que ir a la escuela no lo hacían, porque sino tenían que caminar 10 kilómetros. Ahí empezaron a integrarse, y los tobas se sentían contentos porque yo les enseñaba que Dios nos manda a perdonar y amar a aquellos que nos hacen daño”, cuenta.

Algunos tobas eran empleados en los campos donde se sembraba algodón. Un día, Montes de Oca fue a la Secretaría de Trabajo y Previsión a averiguar cuál sería el salario justo que debían cobrar por el trabajo que hacían y les informó a los tobas. “Los patrones cada día me odiaban más. Se enojaban y decían: ‘esta mujer ahora no deja que los explotemos’” recuerda.

“Todo lo que veía que molestaba su vida, que no los dejaba crecer, trataba de solucionarlo. Lo que dice la Constitución acerca de los derechos humanos yo no lo sé, pero me atengo a lo que Dios me manda a hacer”, afirma.


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